Carlos III regirá bajo la sombra de su madre y su longevo y carismático reinado.
Y lo hace en un momento económico y político difícil para el Reino Unido.
¿Cómo suceder a un símbolo respetado por todos? Carlos III asume el reto a sus setenta y tres años, después de toda una vida de espera y preparación para un cargo, el de Rey, que asume en tiempos convulsos para el Reino Unido.
En lo económico, tiene ante sí un país que aún está asumiendo la transformación que supuso el Brexit, con una inflación disparada y al borde de la recesión, catapultada por la grave crisis energética.
En lo político, se enfrenta a la incógnita que supone el flamante mandato de Liz Truss. Según las encuestas, un 78% de los británicos se sienten decepcionados con su llegada a Downing Street. Aún así, seguro que han suscrito las palabras que hoy le ha dedicado a Isabel II en el Parlamento:
"Fue la Roca sobre la que se construyó la Gran Bretaña moderna", ha dicho. El Rey Carlos deberá ser fiel a esa imagen de estabilidad que transmitía la Reina, para dar continuidad a su legado al frente de la Commonweath, la comunidad de naciones producto del legado colonial. También para mantener la jefatura del estado en países como Canadá o Australia.
Pero el mayor desafío, quizás será el emocional: ganarse un sitio en el corazón de sus compatriotas. Llega al trono con un 42% de popularidad frente al 75% que tenía su madre. Y, además, tendrá que mantener las riendas de una familia que, con sucesivos escándalos, fue la mayor fuente de disgustos para Isabel II.
El tiempo y su oficio dirán si será capaz de despejar las nubes que, como hoy el cielo de Londres, le reciben en su reinado.