"El papel que la mujer debería desarrollar en los Juegos es el mismo que habrían desarrollado en la Grecia Antigua: coronar a los vencedores"
(BARÓN DE COUBERTIN)
Una historia de
Manuel Ladrón de Guevara
Como en tantas otras cosas en la vida, no lo tuvieron nada fácil las mujeres en su incorporación al deporte. Pierre de Fredi, Barón de Coubertain, no era partidario de la participación femenina en los JJOO, “Las mujeres sólo tienen una labor en el deporte: coronar a los campeones con guirnaldas” , afirmó. Probablemente no era misógino ni machista, sino solo hijo de su clase y de su tiempo. Mujeres como Susanne Lenglen se encargaron de arrojar esos prejuicios al basurero de la historia.
Fue la primera gran celebridad del tenis femenino, cuyo circuito dominó con autoridad en los años 20 del siglo pasado. Pero si por algo destacó la francesa Suzanne Lenglen fue por su arrolladora personalidad. ‘La Divine’ vivió intensamente, se retiró joven y murió de forma prematura.
Nacida en un pequeño pueblo al norte de París en 1899, la pequeña Suzanne era asmática. Su padre la aficionó al tenis como terapia; le colocaba pañuelos en la pista a ver si les acertaba, y tanto tino tuvo aquella niña pálida y enfermiza que con sólo catorce años jugó su primera final del Campeonato de Francia, precedente de Roland Garros.
Entre 1919 y 1926 resultó prácticamente invencible con una raqueta en las manos. En estos años ganó seis veces Wimbledon y otras seis el Campeonato de Francia (actual Roland Garros). En total, 81 títulos individuales, 73 de dobles y ocho de dobles mixtos, además de colgarse tres medallas olímpicas y de firmar una serie histórica de 171 victorias consecutivas.
Pero más allá de sus éxitos deportivos y su elegante estilo de juego, Suzanne Lenglen se convirtió en toda una celebridad por su glamour , su vida privada, plagada de continuos romances y aventuras, y unas costumbres revolucionarias para la época. Tenía la insólita costumbre de tomar un traguito de coñac entre set y set.
En 1919 pasó por el torneo de Wimbledon como un auténtico ciclón. El público del All England Tennis Club - tradicional y conservador en su mayoría- se mostró entre sorprendido y escandalizado cuando en su primer partido la vio aparecer con una cinta de tul en la cabeza y un vestido que dejaba al descubierto sus antebrazos y pantorrillas.
Lo hacía, según explicó ella misma, por comodidad y estética. Nunca había jugado sobre hierba, pero daba igual. En un partido legendario, bajo la atenta mirada de los reyes Jorge V y Mary, se impuso a la siete veces ganadora del torneo Dorothea Douglass Chambers.
En Wimbledon viviría también años más tarde el mayor bochorno de su carrera. Un despiste la hizo llegar una hora tarde, y cuando le contaron que la Reina de Inglaterra llevaba ese tiempo de plantón esperándola se desmayó y se retiró del torneo.
Fue la primera tenista profesional de la historia. Célebre fue su gira por los Estados Unidos, por la que recibió más de 70.000 dólares, una enormidad para la época, por una serie de partidos de exhibición.
La plástica del tenis de Suzanne era tal, que el gran compositor Claude Debussy se inspiró en esos movimientos para su obra Juego, una pieza escrita para el ballet ruso de Sergei Diaghilev con coreografía del gran Nijinsky.
Se retiró pronto, y a principios de 1938 los periódicos anunciaron que se le había diagnosticado una leucemia, a consecuencia de la cual se quedó ciega pocos meses después. Suzanne Lenglen tuvo un final dramático y fulminante: murió sin haber cumplido siquiera los 40.
El 4 de julio de aquel año, fallecía esta mujer libre, todo un carácter, una pionera que contribuyó como pocas a impulsar el deporte femenino. En su honor, la pista número dos del Estadio de Roland Garros lleva el nombre de Suzanne Lenglen. El nombre de una mujer indomable que como los héroes de la antiguedad fue víctima de algún dios envidioso.