Visitamos una finca de Osuna, en Sevilla, que experimenta con distintas formas de cultivar para ver cuál es la que más le conviene, tanto al agricultor como al medio ambiente. ¿Quieres ver más noticias destacadas? Visita la web de Tierra y mar. Y el programa completo lo tienes en la plataforma de CanalSur Más.
La agricultura de carbono busca mejorar la producción, reducir algunos costes y, además, contribuir a mitigar el cambio climático. Consiste en una serie de técnicas, como la siembra directa y el mínimo laboreo, para mantener el carbono en la tierra y reducir la contaminación. La experiencia nos lleva hasta una finca de la localidad sevillana de Osuna. De esta forma, además, puede suponer también una fuente de ingresos para el agricultor si vende créditos en el mercado voluntario de carbono.
Los responsables de la finca participan en un proyecto de agricultura de conservación, para utilizar de forma más sostenible los recursos naturales. También para mantener en tierra el carbono, un elemento fundamental en la contaminación del aire. Una de las técnicas utilizadas es la siembra directa sobre rastrojos, sin arar el terreno. Se trata de conservar el carbono que ya existe en el suelo y capturar el que está en el ambiente.
En esta finca cultivan girasol, guisante y trigo; y van experimentando diferentes prácticas. De momento, la siembra directa les funciona bien en cereal, pero en otros cultivos da algunos problemas.
Entre otros testimonios, Tierra y mar ofrece en este reportaje explicaciones del director de la Sociedad Española Agricultura de Conservación, Óscar Veroz: " Si nosotros labramos un suelo, lo perturbamos mecánicamente, lo q estamos haciendo es liberar la materia orgánica o favorecer la oxidación de la materia orgánica q tiene el suelo. Eso trae como consecuencia la liberación de CO2 a la atmósfera. Y por otra parte, aquel CO2 q estuviese encapsulado en el interior del suelo, se libera".
En cultivos herbáceos, el carbono retenido con este tipo de técnicas podría ser de una tonelada por hectárea y año. En esta finca, los estudios concluyen que en los 30 primeros centímetros de suelo, el contenido de carbono es un 11 por ciento superior a parcelas que sí están labradas.