"Estos son mis principios, pero si nos les gustan tengo otros"
(Groucho Marx)
Se que es injusto, pero la memoria es así de arbitraria. A veces nos hace regalos inmerecidos y otras nos la clava por la espalda. A Julen Lopetegui lo conocí en el CD Logroñés. Hizo allí unas temporadas extraordinarias. No era un equipo cualquiera aquel Logroñés. Jugaban allí Quique Setién, Anton Polster, Suso García Pitarch y mi paisano y amigo Antonio Poyatos. En La Rioja Julen hizo tres temporadas memorables. Tanto, que llegó a ser internacional y enamoró a Joham Cruyff.
El flaco se lo llevó al Camp Nou en el verano de 1994. Bajaban las aguas turbias por Barcelona aquellas tardes remotas. Unos meses antes el Milán de Capello le había dado para el pelo en Atenas. Cruyff lo utilizó como excusa para darle puerta -la de salida- a Zubizarreta, y así le llegó la oportunidad a Lopetegui, que había enamorado al técnico holandés con algunas actuaciones memorables contra el Dream Team en el viejo Las Gaunas. Permítanme por cierto una anécdota. Me acompañaba entonces como comentarista en los partidos del sábado por la noche mi querido y añorado Ramón Blanco. Al Logroñés lo entrenaba David Vidal. Ramón comentó poco antes del comienzo del partido, algo así como “el Logroñés tras el saque de centro mandará el balón en profundidad al extremo izquierdo para que este centre al área...”. Lo clavó. Algo conocía a su paisano Vidal. (Cuánto te echo de menos, hermano).
Lopetegui llegó al Barça con el puesto ganado. Zubi ya no estaba, y Carlos Busquets no parecía rival para él. Pero la noche de su debut en el Camp Nou -Supercopa contra el Zaragoza- cometió uno de esos errores que se te quedan en la memoria para siempre. Al saque de una falta quiso lucirse con una palomita superflua y se quedó con el molde del balón. El Barcelona perdió el partido aunque ganó la Supercopa. Pero aquella cantada acompañó a Julen durante toda su estancia en Barcelona. Busquets le quitó el puesto, y más tarde llegó Vitor Bahía. En tres temporadas solo jugó cinco partidos, y terminó marchándose al Rayo Vallecano, donde realizó por cierto unas temporadas de mucho mérito.
Como entrenador es difícil que a la gente se le olvide lo del pasado Mundial. La pifia, como aquella noche en Barcelona, fue monumental. Se quedó con el molde del Mundial entre las manos, y el Madrid se lo agradeció poniéndolo en la calle a las primeras de cambio. El tiempo, el juego y los resultados demostraron, por cierto, que el problema no era en entrenador.
Ni en el Barça, como jugador, ni en el Real Madrid, como entrenador, tuvo Julen Lopetegui buenos principios. En ambos casos lo lastró una decisión suya, que el tiempo y las consecuencias demostraron equivocada. Ojalá que Julen Lopetegui, como el viejo Groucho tenga guardados otros principios. Los sevillistas se lo agradecerán.