El caso de esta mujer francesa, sometida químicamente por su marido y violada por decenas de hombres durante una década, ha causado un gran impacto y ha convertido a Gisèle en símbolo contra la violencia sexual. Lo analizamos en Los Reporteros.
El caso de Gisèle Pelicot, sometida a violaciones por decenas de hombres mientras era drogada y 'ofrecida' así por el que era su marido, no sólo es el más grave de abuso sexual ocurrido en Francia. Está fuera de cualquier guion de agresión por sumisión química que hayamos conocido. De ahí el gran impacto que ha provocado en paralelo al respeto y la empatía que ha transmitido la actitud de la propia Gisèle, convertida en referente de la lucha contra la violencia sexual. A punto de conocerse la sentencia sobre el "monstruo de Aviñon" y sus cómplices, analizamos las claves de un caso que ha dado la vuelta al mundo.
Las declaraciones escuchadas durante el juicio han estremecido al mundo. Declaraciones gruesas que ha enmudecido a una sala, atónita ante la violencia de los vídeos aportados como prueba. Hoy está vacía a la espera de que en los próximos días comuniquen la sentencia que haga justicia a Gisèle Pelicot, la mujer que transformó su vida en ruinas en una cruzada contra la violencia sexual.
Durante tres meses la hemos visto acudir, a cara descubierta, al tribunal de Aviñón. Cada vez que ha entrado por sus puertas lo ha hecho también en el corazón de quienes han sufrido agresiones sexuales, personas a las que no enfocarán las cámaras. Muchas, abusadas bajo sumisión química, ni siquiera saben que son víctimas.
En sus idas y venidas al juzgado, le han acompañado los aplausos de quienes ven en ella un icono de la lucha contra la violencia sexual. Le reconocen que haya sacrificado su intimidad para hacernos ver que la vergüenza la deben pasar ellos, los presuntos violadores, a quienes esta vez hemos visto ocultarse y agachar la cabeza. Una imagen captada por los periodistas que, como Raquel, han seguido a diario los interrogatorios.
Los 165 medios acreditados revelan el interés de un caso que nos ha conmocionado: por la vileza de Dominique Pelicot, su marido, al drogarla, violarla, ofrecerla a otros para que hicieran lo mismo mientras ella estaba inconsciente y grabarlo todo; estupefacción por la magnitud del abuso, más de 70 agresores, 50 en el banquillo; y por el tiempo. Fueron diez los años en los que se prolongó el horror en Mazan, el lugar donde vivían y donde a 40 kilómetros a la redonda quienes lo sabían callaron.
Reclutados en una web pornográfica por Dominique Pelicot, entre los 50 coacusados hay bomberos, periodistas, desempleados… la prensa francesa, les apoda "Monsieur Tout-le monde”, el señor cualquiera, por su diverso perfil.
Más allá de Francia, la historia de Gisèle Pelicot ha abierto un debate sobre la violencia contra las mujeres sobre cómo, así lo analizan hoy en este foro, se sigue alimentando la llamada cultura de la violación. En España ya lo vimos con la Manada.
Estupor social ante violaciones múltiples en las que se entrecruzan sumisión química y pornografía. Son elementos comunes en La Manada y el caso Pelicot pero con una diferencia de base. Macarena trabaja en Amuvi, una asociación que atiende a víctimas de violencia sexual.
Sólo el año pasado asesoraron a más de 2.100 víctimas en Andalucía. Su trabajo es ayudarles a tratar esas heridas que, como teme Gisèle Pellicot, son difíciles de cerrar
Un tsunami emocional que ha devastado a Gisèle pero también a sus hijos desde que hace cuatro años la policía, casi por casualidad, descubriera los vídeos explícitos de la barbarie. También fotos de la hija que hacen sospechar.
Dominique Pelicot se enfrenta a la pena máxima, 20 años de cárcel. Reconoce los hechos pero intenta justificarse con los traumas de violaciones sufridas en su infancia.
La estrategia de algunos de los abogados de los acusados al ridiculizar y desacreditar a Gisèle ha abierto otro debate sobre los límites en este tipo de juicios. Incluso las mujeres de buena parte de los acusados, más que arropar a Gisèle, defienden a sus parejas.
Gisèle ha contado con pruebas pero la mayoría de las víctimas no las tienen. Pensando en ellas, en las mujeres, ha dado un paso para que la impunidad se esfume, para que la sociedad despierte y reaccione.