LOS REPORTEROS
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La guerra olvidada de Sudán desplaza a más de ocho millones de personas

Tras un año de guerra civil el país africano agoniza. Los refugiados soportan la peor crisis humanitaria del planeta. En Los Reporteros, ponemos rostro y nombre a su sufrimiento.

CANAL SUR MEDIA 28 abril 2024

Hace ahora un año países occidentales como España fletaron aviones para sacar a sus ciudadanos de Sudán, tras el estallido de un violento conflicto armado. Lejos de los focos, pero no de los intereses internacionales, el país africano se desangra en una guerra que ha provocado la que ya se considera la peor crisis humanitaria del planeta. La limpieza étnica y el hambre son las armas de esta guerra olvidada que ha forzado a abandonar sus hogares a ocho millones y medio de personas.

Nos desplazamos a Adré, una población de unas doce mil personas en la que ahora viven más de 150.000 refugiados, el 90% mujeres, niños y niñas. Hace un año, el Ejército sudanés -cuyos mandos habían tomado el poder mediante un golpe de Estado en 2021- entraron en guerra contra las milicias paramilitares llamadas Fuerzas de Rápido Apoyo, conocidas como las RSF por sus siglas en inglés. Sus altos mandos compiten por controlar el país, cometiendo crímenes de guerra según la Corte Penal Internacional.

María Abdu El Hadi Yahay tiene treinta años, estudió Gestión y Administración de Empresas en la Universidad de El Geneina, y huyó a Chad con su única hija. No sabe qué fue de su marido desde que las milicias aliadas con las RSF comenzaron una limpieza étnica en Darfur Occidental, asesinatos, violaciones, desapariciones... que ya se ha cobrado la vida de casi 15.000 personas de la etnia masalit y otras minorías negras en esta región.

En Sudán, el 70% de la población es árabe y ha controlado tradicionalmente los poderes político y económico. El 30% restante son etnias negras que además de discriminación han sufrido persecución y limpiezas étnicas desde los años 60. En 2003, varias milicias de poblaciones negras tomaron las armas para exigir una representación política justa y un reparto equitativo de los recursos. Ahora, de nuevo, vuelven a ser perseguidas.

La persecución contra los masalit tiene su origen en el tráfico de esclavos en el que las élites árabes de Sudán participaron durante siglos. Pero también una motivación económica. La región de Darfur es de las más ricas de Sudán, con importantes reservas de petróleo y oro, entre otros recursos naturales determinantes para la economía mundial, como explica el abogado Assadig Abubakar Salih, ahora también refugiado en Chad.

Cuando la RSF llegaron a El Geneina, capital de Darfur Occidental, y donde vivían mayoritariamente los masalit, distribuyeron un listado con el nombre de 500 personas a las que había que asesinar de inmediato: Activistas, defensores de derechos humanos, abogados, políticos. Entre ellos se encontraba el nombre de Assadig, que había participado en la comisión que documentó los crímenes cometidos en Darfur por el dictador Omar Al Bashir para llevarlo ante la Corte Penal Internacional.

Sudán tiene cuatro veces la extensión de España, es un puente entre África y Oriente Próximo y tiene salida al Mar Rojo, crucial para el comercio marítimo mundial. Todo ello lo convierten en un enclave geostratégico por el que pugnan distintos países. Emiratos Árabes Unidos apoya a las milicias árabes de las Fuerzas de Apoyo Rápido, como también lo está haciendo Rusia a través del grupo paramilitar Wagner. Al lado del Ejército, que tomó el poder mediante un golpe de Estado en 2021, se encuentran países como Egipto y Ucrania, que lo ha dotado de drones para bombardear las zonas rebeldes.

María ha creado con otras mujeres refugiadas grupos de autoapoyo para compartir su dolor por la pérdida de tantos seres queridos, por la violencia sexual que muchas han sufrido, por las necesidades que están pasando ahora, por no poder a volver a su país donde muchas tienen, además de muchos fallecidos, a numerosos familiares desaparecidos.

Mohamed Ali Mustafa es licenciado en trabajo social y era profesor en la Facultad de Sociología de la Universidad de El Geneina hasta que comenzó la guerra. Ahora vive refugiado en Adré y es uno de los miembros de la organización Aljuzoor, creada en 2021 por un grupo de profesionales masalit para documentar y denunciar los crímenes cometidos por el Estado contra las minorías negras.

Así tuvieron que huir hasta 700.000 personas a Chad, otras 700.000 a Sudán del Sur, más de 400.000 a Egipto y muchas otras a República Centroafricana. El mayor éxodo actual.

Y en lugar de rechazo, lo que han encontrado las familias sudanesas es una frontera abierta por parte de quienes tienen casi tantas necesidades como ellas. Las poblaciones fronterizas con Sudán son aldeas de casa de caña o de adobe, sin electricidad, ni agua corriente ni saneamiento. El Gobierno de Chad ha establecido varios campos de refugiados a lo largo de la frontera.

En la práctica no son más que secarrales donde se asientan decenas de miles de personas sin apenas agua ni comida. Como explica Mohammed, es habitual que miembros de las milicias RSF crucen la frontera para amenazas e, incluso, a asesinar a algunos de los supervivientes. Los más amenazados son quienes siguen trabajando para llevarles algún día ante la justicia, como es el caso de los activistas de Aljuzzor.

Y sin embargo, no es a lo que más temen los refugiados, sino que la mayor seguridad para sus existencias es el hambre que cada vez está causando más casos de malnutrición y más muertes. Por primera vez en el siglo XXI, los países más enriquecidos no están destinando los recursos mínimos para evitar una hambruna masiva que podría desestabilizar toda la región.

El equipo del Programa Mundial de Alimentos trabaja todos los días, 14 horas al día, para conseguir los fondos necesarios para la distribución de alimentos y, también, para conseguir llevarlos hasta lugares tan apartados como esta frontera, donde los camiones tardan tres días en llegar desde Yamena, la capital de Chad, y donde los únicos vuelos que operan son los fletados por las Naciones Unidas. Aún no saben si el próximo mes podrán distribuir la ración mensual básica para que la hambruna no se desate.

Médicos Sin Fronteras ha abierto una clínica de malnutrición junto al campo improvisado de personas refugiadas de Adré. Aquí, sus profesionales sanitarios atienden una media de 400 personas al día, la mayoría niños y niñas con síntomas de malnutrición, diarreas, paludismo, malaria y otras afecciones derivadas de la falta de condiciones de vida en las que permanecen aquí.

Artisman Rtisamissakha tiene 21 años, ha perdido a cuatro miembros de su familia, incluido su hermano, y huyó a pie con sus tres hijos. Ahora, Artisam acuna a su bebé en el hospital para los casos más graves de desnutrición que Médicos Sin Fronteras gestiona, en colaboración con el Ministerio de Sanidad de Chad, en Adré. Lleva cinco días hospitalizados y la criatura empieza a recuperarse, pero la madre teme que recaiga cuando vuelvan al campo en el que viven en una tienda de caña. El doctor Ramadji, con más de treinta años trabajando en los peores escenarios, recuerda pocas crisis humanitarias tan graves en las que haya tenido que atender a las víctimas con tan pocos recursos.

No solo provoca malnutrición la falta de alimentos, sino también ingerir solo uno o dos productos y, especialmente, las diarreas y otras infecciones gastrointestinales. Por eso, además de construir hospitales y clínicas, Médicos Sin Fronteras ha destinado importantes fondos a construir pozos y letrinas, la única forma de ayudar a que las personas refugiadas puedan tener unas condiciones de higiene mínimas para evitar enfermar.

Si hay algo especialmente destacable en medio de todo este abandono de la comunidad internacional es la determinación de las personas refugiadas por hacer todo lo que esté en sus manos para salvar del hambre y de la enfermedad a sus hijos e hijas y para volver pronto a su país. Pero para eso hace falta que la ayuda llegue y que las grandes potencias dejen de alentar la guerra en Sudán en busca de sus propios intereses.

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